Y como prometí, he vuelto para seguirles contando la historia que a medias dejé. Y andaba contandoles yo del hermano del cabestro y de mis andanzas y problemas en el Cuartel de la Guardia Civil, con quien prefiero no tener demasiados tratos a causa del mal recuerdo que guardo del cabrón de mi excuñado.
Porque el cabestro, como mandaban los cánones en toda familia católica, era el padre de familia aparentemente formal y putero en extremo, su hermano era el Guardia Civil y su hermana, lejos de meterse a monja, se dedicó a prodigar la palabra de dios y sus enseñanzas con su propio cuerpo. Más claro, que seguía a rajatabla aquello de "amaos los unos a los otros" y "sed generosos con el prójimo", "dad de beber al sediento" y cosas por el estilo. Huelga decir que ella, fiel devota del señor, daba de beber con sus propias ubres si era preciso, a todo aquel que se lo solicitaba.
Pero de mi cuñada hablaré otro día.
Pero de mi cuñada hablaré otro día.
El caso es que mi cuñado consiguió hacerme sentir una gran animadversión hacía esos hombres unioformados de verde y es por ello que procuro no acercarme mucho. Es más, siempre me han atraído los uniformes pero estos solo despiertan en mi ganas de salir corriendo. Aún recuerdo la primera vez que vi al susodicho. El cabestro me lo presentó, enchido de orgullo. Aquello de tener en la familia a un "verde" daba prestigio y poder, sobre todo porque tenían manga ancha para hacer lo que sus santos cojones decían.
Recuerdo con asco a aquel palurdo de pelo en pecho. Con aquel mostacho, aquel barrigón sobresaliendo del pantalón y el cinturón y esos pelos en las orejas. Desde luego no podían negar que eran hermanos. Pero todo lo que tenía de tonto los cojones mi marido, lo tenía de hijoputismo el hermano.
Nada más quedarnos a solas me palpó las nalgas y, a modo de gracieta, que ni puñetera la gracia me hizo, me dijo que estaba a mi disposición y que todo "quedaba en familia". Que el bravo y el macho de la casa era él y que me lo demostraba en cuanto yo quisiese.
Al momento comprendí que más me valía estar lejos de aquel patán si no quería acabar de patas abiertas y violentada por el cuerpo con más "prestigio" de las fuerzas de seguridad del Estado. Sobre todo porque no dejaba de repetirme aquello de que su lema era "todo por la Patria" y me daba pavor pensar que el muy hijo de puta quisiera fornicarme amparándose en ese principio. Porque yo he podido amar mucho a mi patria pero no hasta el extremo de tener que permitir que dos cerdos de la misma familia me monten.
Lo que si me quedó claro es que "el honor es mi divisa" no era precisamente su lema. De sobra eran conocidas en el vecindario sus incursiones sorpresa a los prostíbulos más conocidos y a los no tanto. Entraba como Atila en los locales exigiendo las mejores botellas y las mejores putas obligándolas ha satisfacer sus más bajos instintos, mientras se pimplaba buenos whiskis para después marcharse sin pagar un solo duro por las consumiciones ni los deleites carnales.
El muy cabrón les dejaba muy claro que eso era un servicio que le hacían a la patria. Cuantas atrocidades en nombre de la patria se han perpetrado en nuestro país.
Y pobre del que se quejase, que inmediatamente había redada y les cerraban el negocio dejando a las pobres putas a merced de cualquier desaprensivo y pasando frío por esas calles de dios.
Muchos de los que me leen pensarán que, al final, el cerdo éste recibió su merecido, pero lo cierto es que se jubiló con honores y, ahora jubilado, eso si, se aprovecha todo lo que puede de su antiguo puesto, para seguir bebiendo de gorra. Lo de las putas ahora ya lo tiene más difícil y ha de pagar sus servicios como todo buen cristiano. Aunque, sinceramente, no creo que tenga dinero suficiente para pagar tremenda penitencia porque compadezco a la pobre que tenga que hacerle una mamada. Este era de los que el agua cuanto más lejos mejor y la fama de sus ladillas era harto conocida en los prostíbulos y todos los cuarteles de la provincia.
Afortunadamente, ahora, hay otros sistemas para seleccionar a los integrandes de La Benemérita, incluso salen en la prensa, en portadas de revistas y las mujeres ocupan puestos de responsabilidad. Vamos, que ya era hora de que se modernizaran y abandonaran esa imagen de asalta cubles de carretera que tenían antaño. Por fin se han desprendido de esa pátina franquista que les rodeaba siempre y empiezan a ser lo que siempre debieron ser. Un cuerpo de seguridad para proteger al ciudadano, no arrasar con él. De cualquier manera, a pesar de que estos chicos de ahora son de buena casta, yo no puedo evitar sentir un repelús en la nuca cada vez que me cruzo con una pareja de los susodichos. Y es que aquel cuñado me dejó grabado para siempre ese miedo atávico a las parejas vestidas de verde y a ese gorro que siempre me ha parecido una máquina de escribir. Porque, entre ustedes y yo, ese cuerpo se habrá modernizado pero ¡manda cojones¡ con el uniforme.
Y aquí me despido hasta otra ocasión, si dios no lo remedia, en la que seguiré contándoles mis andanzas.
Recuerdo con asco a aquel palurdo de pelo en pecho. Con aquel mostacho, aquel barrigón sobresaliendo del pantalón y el cinturón y esos pelos en las orejas. Desde luego no podían negar que eran hermanos. Pero todo lo que tenía de tonto los cojones mi marido, lo tenía de hijoputismo el hermano.
Nada más quedarnos a solas me palpó las nalgas y, a modo de gracieta, que ni puñetera la gracia me hizo, me dijo que estaba a mi disposición y que todo "quedaba en familia". Que el bravo y el macho de la casa era él y que me lo demostraba en cuanto yo quisiese.
Al momento comprendí que más me valía estar lejos de aquel patán si no quería acabar de patas abiertas y violentada por el cuerpo con más "prestigio" de las fuerzas de seguridad del Estado. Sobre todo porque no dejaba de repetirme aquello de que su lema era "todo por la Patria" y me daba pavor pensar que el muy hijo de puta quisiera fornicarme amparándose en ese principio. Porque yo he podido amar mucho a mi patria pero no hasta el extremo de tener que permitir que dos cerdos de la misma familia me monten.
Lo que si me quedó claro es que "el honor es mi divisa" no era precisamente su lema. De sobra eran conocidas en el vecindario sus incursiones sorpresa a los prostíbulos más conocidos y a los no tanto. Entraba como Atila en los locales exigiendo las mejores botellas y las mejores putas obligándolas ha satisfacer sus más bajos instintos, mientras se pimplaba buenos whiskis para después marcharse sin pagar un solo duro por las consumiciones ni los deleites carnales.
El muy cabrón les dejaba muy claro que eso era un servicio que le hacían a la patria. Cuantas atrocidades en nombre de la patria se han perpetrado en nuestro país.
Y pobre del que se quejase, que inmediatamente había redada y les cerraban el negocio dejando a las pobres putas a merced de cualquier desaprensivo y pasando frío por esas calles de dios.
Muchos de los que me leen pensarán que, al final, el cerdo éste recibió su merecido, pero lo cierto es que se jubiló con honores y, ahora jubilado, eso si, se aprovecha todo lo que puede de su antiguo puesto, para seguir bebiendo de gorra. Lo de las putas ahora ya lo tiene más difícil y ha de pagar sus servicios como todo buen cristiano. Aunque, sinceramente, no creo que tenga dinero suficiente para pagar tremenda penitencia porque compadezco a la pobre que tenga que hacerle una mamada. Este era de los que el agua cuanto más lejos mejor y la fama de sus ladillas era harto conocida en los prostíbulos y todos los cuarteles de la provincia.
Afortunadamente, ahora, hay otros sistemas para seleccionar a los integrandes de La Benemérita, incluso salen en la prensa, en portadas de revistas y las mujeres ocupan puestos de responsabilidad. Vamos, que ya era hora de que se modernizaran y abandonaran esa imagen de asalta cubles de carretera que tenían antaño. Por fin se han desprendido de esa pátina franquista que les rodeaba siempre y empiezan a ser lo que siempre debieron ser. Un cuerpo de seguridad para proteger al ciudadano, no arrasar con él. De cualquier manera, a pesar de que estos chicos de ahora son de buena casta, yo no puedo evitar sentir un repelús en la nuca cada vez que me cruzo con una pareja de los susodichos. Y es que aquel cuñado me dejó grabado para siempre ese miedo atávico a las parejas vestidas de verde y a ese gorro que siempre me ha parecido una máquina de escribir. Porque, entre ustedes y yo, ese cuerpo se habrá modernizado pero ¡manda cojones¡ con el uniforme.
Y aquí me despido hasta otra ocasión, si dios no lo remedia, en la que seguiré contándoles mis andanzas.