Para empezar he comprado cinco cerdos. Aun no he decidido el nombre que ponerles, pero seguro que se me ocurre algo. Ponerle nombre a mis cinco hijos fue más fácil. Pero claro, no tuve que pensarlo tanto. Si hubiese sabido lo cabrones que iban a salir ya me habría esforzado por buscarles el nombre apropiado. Por eso ahora me pienso tanto que nombre ponerle a mi chones. No quiero equivocarme.
Cuando nacieron eran sonrosaditos, hermosos y tragones. Me parecían angelitos. A mis vástagos, me refiero.os Luego se mostraron tal y como eran. cinco pedazo de hijos de puta, con perdon de la madre, que soy yo. Pero claro, que se podía esperar teniendo el padre que tenían.
Los cinco se comportaban como verdaderos cerdos. Comían y cagaban de la misma manera. Sin decoro ni recato. Y que decir de lo que soltaban por la boca. La misma pestilencia y diarrea que soltaban por el culo.
Su padre, un individuo repugnante, al que no acabé de conocer hasta tres meses después de casados, les aleccionó bien. No hubo manera de intentar educarles. Ahí estaba siempre el macho de la casa para dejarles patente quien llevaba los pantalones. Lástima que se los bajasen tan rápido y con la menos adecuada.
Claro que, bien pensado, que mujer en sus cabales y con un mínimo de inteligencia, iba a cargar con semejantes cenutrios. Al final los cinco dieron con lo poco que la vida podría ofrecerles: o putas o gilipollas.
No obstente, compadezco de corazón a las putas de mis nueras, a las que lo son quiero decir, porque las que son gilipollas, y cuando digo gilipollas me refiero a las que no llegan a un mínimo de inteligencia, a esas no las compadezco. En realidad esas pobres bobas son felices, porque como no tienen la suficiente inteligencia para comprender la cruz que les ha caído encima, creen que sus maridos son un regalo del cielo. En cambio las putas, ellas, ponen la cama, las pobres infelices.
Afortunadamente, una vez se casaron, mi misión terminó. Me liberé. Mi trabajo como madre, mi obligación moral terminó. En el mismo momento que pasaron por la vicaría y pronunciaron el bendito "si quiero" me dije: ahí os quedais, pedazo cabrones.
Cuando mis cinco vástagos pasaron a destrozar la vida de otras yo decidí tomar las riendas de mi vida. Dejé al cerdo de su padre sentado en el mismo sillón donde había pasado aposentado los últimos 30 años y comencé mi nueva vida.
Ahora tengo cinco pequeños cerdos. Comienzo de nuevo. Pero, a diferencia, de los otros cinco que crié, estos comen y cagan en el mismo sitio, y no dan ni la mitad de por culo que daban ellos. Y, sobre todas las cosas, son más agradecidos. Solo hay que ver lo felices que se sienten revolcándose en su propia mierda y comiendo las sobras de las cáscaras del melón que y me zampo. Y, encima, para mi felicidad, no huelen tan mal como mis propios hijos, y eso es más de lo que podría esperar.
Por todo ello se merecen que les busque un nombre en condiciones. Es más de lo que se merecen esos cinco desagradecidos.