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DE NOVIAZGOS Y CONDENAS

Gracias a dios ya he recuperado a mi Lelo. El lerdo de mi ex-marido, en un ataque de cuernos incomprensible, había pagado a un vecino para que escondiera al pobre cerdo en su cochiquera. El muy cabrón, como no quise acceder a sus requerimientos, al vecino me refiero, no dudó en vengarse de esta manera por mi rechazo.

Hay hombres a los que no te los quitas de encima ni con lejía. Tal es el caso del gañán del padre de mis vástagos. Que cuando creo que más lejos de mi vida se encuentra, aparece para revolverme las tripas y joderme la vida.
Todavía hoy sigo sin entender que pude ver en semejante palurdo. Bien es verdad que yo era muy joven e inexperta y la educación recibida en aquellos tiempos no ayudaba, precisamente.
Digo yo que me haría gracia su verborrea. Que sigo sin explicarmelo porque este patán jamás ha tenido ni puta la gracia.

El caso es que, antaño, salías tres veces a pasear y comer pipas con un mozo y ya te habían ennoviado. No se como ocurrió pero un día, sin comerlo ni beberlo, me vi invitada a su casa para presentarme formalmente a sus padres. Ese fue mi gran error porque ya no hubo marcha atrás.
Su padre era un señor muy estirado, machista y católico. El típico cabeza de familia que solo estaba satisfecho si los mamarrachos de sus hijos iban de machos por el mundo, o cuando se inflaba hablando del Caudillo. Por dios¡¡ si todavía cuando lo recuerdo se me ponen los pelos como escarpias. Tenían en el salón un retrato de Franco presidiendo la mesa y aquello hacía que comieses con un nudo en el estómago que, lejos de abrirte el apetito, te provocaba el vómito. Me pregunto si la zorra de mi suegra no lo tendría todo estudiado para no gastar mucho en las comidas, a juzgar por lo roñosa que era la bruja.

Más tarde me di cuenta de que, la que partía el bacalao, era ella. Tenía el gesto adusto y avinagrado. Siempre con la nariz arrugada, como si tuviese un pedo justo debajo. No usaba maquillaje. Decía que eran usos de mujerzuelas y que una mujer pura resplandecía por su belleza  interior y no necesitaba de afeites.
Yo, cuando la oía decir semejantes cosas no podía evitar pensar que ella debía ser el demonio mismo porque era fea como una condenada y tenía una cara de bruja que no podía disimular.
Mi cuñada, que en paz descanse, se pintaba, y con  mucho arte. Eso enfurecía a mi suegra sobremanera lo que producía un extraño placer a su hija. Aquel acto de rebeldía era su pequeña revancha ante aquella familia tan asfixiante y repugnante.

En aquella primera visita, donde lo único que pensaba yo era en salir corriendo, la arpía de mi suegra ya marcó los límites donde yo me podía mover.
Yo, que siempre he sido hembra bien formada y exhuberante, no le pasé desapercibida a la beata, y me dejó muy claro que una mujer decente disimula sus "redondeces" y viste para pasar desapercibida.
Vamos, que si quería fomar parte de aquella familia ya podía volver invisibles mis enormes ubres y mi prominente culo.
Desde ese momento hasta el día de mi boda todo se me aparece como un torbellino, porque no consigo recordar como llegué a ese punto sin retorno. Y, una vez casada, no hubo escapatoria.

Aquella mujer era un témpano de hielo, una mala pécora. Un miembro destacado de la liga femenina, una seguidora a ultranza de los mandatos de la Iglesia y de su confesor. Un cura de mirada aviesa, con la cara de un tono blanquecino repugnante, que siempre andaba calentándole la oreja a mi suegra mientras no me apartaba su asquerosa mirada del trasero, amén de tocarme más de lo conveniente. Siempre buscaba la oportunidad de sobarme. Eso si, muy ladinamente, para que nadie se percatase de que andaba más pendiente de las necesidades de la carne que de los designios divinos.

Recuerdo con especial desagrado una cena de navidad. Al cabestro se le ocurrió la feliz idea de alardear ante su familia de lo bien que nos iba y, para ello, no dudó en gastarse toda la paga extra en angulas. Al muy hijo de puta no había manera de hacerle entender que, para quedar bien y que los comensales quedasen satisfechos, tendría que comprar, al menos, 5 kilos de las famosas angulas. El muy lerdo debió de creer que el manjar en cuestión tenía el tamaño de una merluza, asi que, cuando vió que más bien eran gusanillos se le quedó una cara de gilipollas digna de un anormal.

Asi que nos presentamos en aquella casa, donde ya me veía yo peleando con aquella panda de alimañas. La fiera corrupia de mi suegra, fiel a su tacañería, había comprado lo mínimo, contando con que el palurdo del cabestro traería lo suficiente para alimentar a aquella panda de cerdos repugnantes.
Yo no veía llegar el momento de enseñarles el producto en cuestión. Cuando aquellos gañanes vieron las famosas angulas se quedaron estupefactos. No sabían si aquello era una broma o iba en serio. Incluso uno de ellos tuvo la feliz idea de compararlas con las lombrices que le salían del culo cuando cagaba.
Aquello terminó por joderme el estómago y la cena porque solo el imaginar que aquellas angulas pudiesen haber salido del trasero de uno de ellos me producía arcadas.

Finalmente, entre lo poco que mi suegra compró, lo que llevamos nosotros y lo que conseguimos comprar a última hora, pudimos preparar una cena medio decente.
Cuando hubo que preparar las jodidas angulas, mi suegro, que se las daba de hombre de mundo, dijo que a esos bichos se les cortaba primero la parte donde tenían los ojos y, ni corto ni perezoso, el mamarracho de mi marido se puso, con las manos sin lavar y las uñas llenas de mierda, a decapitar las preciadas angulas.
Entonces no pude reprimir un grito. No solo por el asco de ver aquellas asquerosas manos sino porque, la paga extra que yo debería haber empleado en otros menesteres, se estaba desintegrando en aquella decapitación masiva.

Finalmente tuve que preparar yo las putas angulas no sin antes explicarles que no había ojos ni hostías que arrancar. Aquella panda de mamarrachos no había comido en su vida otra cosa que garbanzos, judias y sopitas aguadas. Comidas que les producían unas flatulencias sonoras y nauseabundas, pútridas y repugnantes y que yo tendría que soportar durante muchos años con resignación  y estoicismo.

Aquellas navidades ellos comieron angulas por primera vez, angulas que yo cociné y que debieron de quedar deliciosas a juzgar por como las engullían, y esa fué la última que las caté yo. Desde aquel día he sido incapaz de comerlas, no solo por lo prohibitivo del precio, sino porque, indefectiblemente, es ver el sabroso manjar y visualizar ante mis ojos los culos peludos del cabestro y su puta familia cagando gusanos por sus peludos anos. 

Ahora, en vez de angulas, procuro abandonarme al deleite de saborear buenos solomillos de buey poco hechos y en compañía de algún cuerpo donde abandonarme a los pecados de la carne.

PD: Con cariño para Nana, que a buen seguro reconocerá la historia de las angulas si rebusca en lo recóndito de su memoria más infantil.

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DE UN LERDO Y DE MI LELO

Aqui estoy de nuevo aunque no para contarles una feliz noticia. Lo cierto es que esta semana he ido de cabeza. Como ya les relaté, tuve la infeliz suerte de volver a encontrarme con el cabestro. Lo cierto es que la visión de tamaño lerdo, a pesar del tiempo transcurrido, me provocó la misma desazón, disgusto y asco a partes iguales, que cuando tenía que convivir con él. Le seguían saliendo los mismos asquerosos pelos de las orejas y de los orificios nasales. ¡Que digo yo¡, con las horas que se pasa frente al televisor, bien podría seguir los consejos de belleza que dan para los hombres. ¡Que se yo¡, quizás recortarse esos pelanganos negros de las narices y no digamos los de las orejas, que parece un hombre lobo pero sin el magnetismo. Tentada estuve de enviarle un kit de esos de la teletienda, esos que anuncian para recortar los pelos y adecentarse un poco, pero desistí. Solo de pensar en el grosor de la mata peluda que le sale por todos sus asquerosos orificios me hizo entender que no hay  aparato tecnológico que aguante tremendo trabajo.  A buen seguro las cuchillas acabarían destrozadas y él con la misma pelambrera nauseabunda.

El caso es que mi negativa a mantener relaciones con semejante cabrón no solo no le hizo desistir sino que, por alguna extraña razón, lo enardeció. Quizás fuese su ego  machista maltrecho o su educación franquista, esa que dice que cuando una mujer dice no quiere decir si porque no pueden soportar que lo rechacen. Sea como fuere se me ha presentado en Boyullos. Así, sin más y sin avisar. Pretendió que le diese cobijo en mi casa y entre mis piernas y esto fué más de lo que pude soportar.

Cuando lo vi frente a mi puerta, intenté mantener la compostura y la buena educación. No era cuestión de darle a las vecinas motivos para chismorrear, así que le ofrecí un café porque una, será lo que sea, pero educación y saber estar tengo un rato. En buena hora. El muy hijoputa confundió el culo con las témporas. Vamos, que yo le ofrecí un café y el se imaginó que el café era yo y se empeñó en mojar la porra, los churros y rechupetear la taza.  Aprovechó que estaba poniendo la cafetera al fuego para agarrarme por detrás y levantarme las faldas. No se ni como ocurrió y como pudo, con ese pedazo barrigón, agarrarme tan deprisa. Se movió como un felino porque, cuando me quise dar cuenta, ya me tenía sobre la mesa tumbada boca abajo y amarradas las manos. El muy cerdo no dejaba de decirme: ¡Salustiana, siempre has sido buena hembra. Te voy a dar lo que me andas pidiendo, que te lo vi en los ojos en el entierro¡¡¡

Sobra decir el estado de terror en el que me sumí por unos instantes, los suficientes para que tremendo cerdo tuviese tiempo de bajarse la cremallera y dejarme el culo al aire. Por un momento me faltaron las fuerzas y me sentí desfallecer pero fué suficiente sentir su asqueroso aliento en mi oreja y notar como me la babeaba  para levantarme con tal ímpetu que hasta el se quedó perplejo. Allí, con aquella tremenda panza peluda, los pantalones bajados hasta las rodillas y con aquel colgajo entre las piernas. No se porqué pero me dió un ataque de risa. Ya se pueden imaginar ustedes. Le dije de todo menos bonito.

Creo que si le hubiese arreado con la cafetera en la cabeza no le habría herido tanto como mis carcajadas. "Hijo mío - le dije- resultas patético. No te haces una idea los machos que me montan todos los días y a los que monto yo. Cuerpos duros y bien puestos que, lejos de tumbarme sobre una mesa a traición, me cogen en vilo y me montan sobre ellos sin más sujección y fuerza que sus propias piernas. Tu no sabes lo que es que te agarren y te sujeten así, con esa fuerza y esos bríos. Tu bastante tienes con intentar que se te levante el gusano asqueroso que te cuelga. Si hasta los huevos se te han descolgao ya. ¡Y que huevos más feos tienes por dios. Tan feos como tu cara¡¡¡

El caso es que, el muy arrastrado, salió de mi casa con la cara encendida y amenazandome con que aquello no iba a quedar así. Que igual que se había quedado con mis hijos (bendito momento) se quedaría con todo lo mío. El muy subnormal, entre improperios y desatinos, amenazó con solicitar la custodio de los cerdos por ser bienes gananciales o no se que historias. Se fué derechito al cuartel de la Benemérita y allí, un joven muy educado, le hizo entender que los cerdos no son susceptibles de ser pedidos en custodia compartida ni única y que, además, yo los había adquirido una vez me había divorciado y, por lo tanto, no había peras que partir. Esto me lo contó el joven en la intimidad de mi cuarto, porque muy amablemente vino a contarme lo sucedido y yo, en agradecimiento a su buen hacer, le correspondí con lo poco que tengo, o sea, mi cuerpo serrano, que es de bien nacidos ser agradecidos.

Lo que si he de confesarles es que me arrepiendo de haber afirmado tan categóricamente que yo nunca me mezclaría con la Benemérita. Al menos este lo dió todo por la Patria, y cuando digo todo es todo. Lo úncio que lamente es que, mientras yo me revolcaba con el mancebo, el repugnante de mi ex consumaba su venganza entrando a mis cochiqueras y llevándose a mi cerdo más querido, a mi Lelo. Y ahora ando sumida en una gran tristeza, moviendo todas mis influencias para localizar a mi pobre puerco que debe estar sufriendo lo indecible en manos de semejante bestia parda.

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DE SEPELIOS Y SECRETOS FAMILIARES

Pues ya regresé de mi entierro. Uy dios¡ del mío no¡ del de mi excuñada, dios la tenga en su gloria. Yo, que aunque ya no guardo relación con el cabestro ni su pútrida familia, siempre he sabido estar en mi sitio. Además, después de pasar estos años, me he dado cuenta de que, a esta cuñada, siempre la tuve simpatía. Al principio no la soportaba pero, con la distancia, me he dado cuenta de que tal vez solo fuese a causa de la envidia.
Y es que mi cuñada siempre fué muy puta. Bueno, cobrar no cobraba, pero le iban mucho los hombres y el alterne. En aquellos tiempos a las niñas de familia católica y recta no se las llamaba putas, se las llamaba "ligeras de cascos".

El caso es que tampoco se podía esperar nada diferente. Mi suegra, era una fiera corrupia, un mal bicho (así se esté pudriendo en el infierno), una beata arpía. Mi suegro un fascista recalcitrante y machista. Mi cuñado, el guardía civil, un putero, y el cabestro un pedazo gilipollas, tonto del culo, guarro y peludo. A ella solo le quedaban dos caminos: o monja o puta y, la verdad, ella era la más lúcida de la familia asi que la decisión fue sencilla.

Gustaba de llevar el pelo muy corto, igual  que las minifaldas, que hasta sus propios hermanos la palmeaban el culo y le decían barrabasadas tales  como "si no fuera por lo que es te ponía a cuatro patas"·
Yo me santiguaba más que nada por la impresión que me daba imaginarme aquella escena. Bastante sabía yo lo que era sufrir a aquel panzudo peludo sobre mi y escuchando aquellos estertores en mi oreja, mientras se aliviaba con gusto. Lo peor era preguntarme cosas tan depravadas como sí su hermana sería tan peluda como él.

Solo de imaginarme a ellos dos en semejante postura, revolcados como dos cerdos y con esa pelambrera, me producía una desazón y un sin vivir que no pude por menos que irme a confesar con el cura. De las pocas  veces que lo hecho, he de decirlo. Y menos que lo hice después, ya que el cura me gritó escandalizado y me recriminó tener una mente tan sucia, eso si, me hizo prometer que volvería en cuanto sucumbiese a pensamientos tan enfermizos y pecaminosos. Todo esto me lo dijo entre susurros y medio jadeante. Yo atribuí aquellos jipidos al malestar que le ocasioné al padre. Luego, con el tiempo y la experiencia, me di cuenta que aquel cura era un cerdo y lo único que quería era menearsela a costa de mis pensamientos oscuros.

No obstante, les saco de dudas. Mi cuñada tenía la piel bien tersa, blanquita y sin un solo pelo. Esto lo descubrí un día que la vi lucir un bikini de escándalo que casi le produce una embolia a su madre y a sus dos hermanos dos buenas erecciones, éstas sin el casi.
Lo cierto es que mi cuñada se benefició a todo aquello que llevaba pantalones. No le hacía ascos a nada y a mi me miraba con cara de lástima y me decía: tu vente conmigo que no has visto mundo. Y, claro, yo nunca me fuí con ella, cosa que lamenté mucho, la verdad.

No dejaba de repetir que su familia era una mierda y que deberían, por lo tanto, vivir rodeados de ella. Un buen día la sorprendí con un montón de medias de cristal rotas guardadas en un cajón. Y un par en las manos con algo dentro de ellas. Se asomó a la ventana y las lanzó contra el tendido eléctrico que unía su casa con el bloque de enfrente. Así, día tras día. Aquello era todo un misterio pero yo no me atreví a preguntar. Días después un olor nauseabundo a mierda inundó la casa y cuanto más abrías las ventanas más a mierda olía. Mi suegra, que siempre tenía un gesto como si tuviese un pedo debajo de la nariz, aquellos días parecía que le hubiesen cagado en la misma cara. Mientras tanto mi cuñada no dejaba de reirse a carcajada limpia. Finalmente consiguieron agarrar una de las medias, que ya se contaban por decenas, y la abrieron para ver que coño era aquello que olía tan mal. Mi cuñado, el de la benemérita, que tenía complejo de Colombo, llegó a la deducción de que los chavales se habían dedicado a colgar pájaros muertos.  Finalmente, cuando abrieron aquella media, lo que se encontraron fue un pedazo zurullo de mierda tan gorda como mi brazo.

Después de aquel día supe que mi cuñada era más de los mios que de los suyos. Había tenido la santa paciencia de ir cagando dentro de cada media, hasta que consiguió rodearles de la misma a los suyos, como venganza por haber nacido en una familia a la que detestaba.
Finalmente se casó de blanco y preñada, cosa que casi mata del susto a la vieja, a toda prisa y a la fuerza, con un lerdo al que nunca soportó demasiado. Vivió años amargos durante su matrimonio para, finalmente, fugarse con un cubano con el que acabó sus días.
En el entierro todos intentaron tapar el asunto pero era la comidilla en los corrillos. La había palmado refocilando con el cubano, bastante más joven que ella, en una noche de pasión en la que, al parecer, no le había dado tregua, gritando de placer y despertando a todo el vecindario. Murió con la sonrisa en la cara y toda espatarrada. Lo cual no deja de ser poético porque era la posición que más le gustaba.

Yo me esperé a que todos se fueran, entre otras cosas, porque al cabestro se le ocurrió la feliz idea de proponerme yacer como marido y mujer para rememorar los viejos tiempos. Solo de pensarlo se me pusieron los pelos como escarpias, no sin antes decirle que no follaría con él ni aunque de ello dependiese mi vida. Solo pensar en su asqueroso cuerpo peludo me dan arcadas.

Una vez se fueron saqué una placa que había encargado, en la que ponía: ¡más vale jarta que farta¡. Yo se que mi cuñada lo entenderá y se estará descojonando de la risa allá donde haya llegado, donde a buen seguro no tendrá tiempo de ponerse una braga.

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DE CUARESMAS Y ATRACONES

Jamás he sido mujer de buscar notoriedad. Lo cierto es que, por mi educación católica y mi edad, mamé de esos principios que decían "en boca cerrada no entran moscas" y aprendí por ferrea mano que "la mujer calladita y con la cabeza gacha  está más guapa".

Precisamente ha sido ahora, a mis años, que me he líado la manta a la cabeza y he decidido hacer lo que me viene en gana y me piden mis carnes,  cuando empiezo a gozar de una popularidad que no merezco ni necesito.

La culpa la tiene ese periodicucho difamador que se empeña en inventarme idilios con el Sargento de la Guardía Civil de Boyullos o con Don Ulpiano, el párroco del pueblo. Lo último ya lo saben ustedes. Me acusaron de mantener relaciones con el cura ese de Toledo, ese que trabaja a tiempo parcial como gigoló.
Bien saben ustedes que no me avergüenza reconocer que refocilo muy gustosamente con integrantes del clero, pero a esos integrantes los escojo yo. ¡¡Faltaría más¡¡ Que una puede tener sus gustos y manías, pero con cierto criterio¡¡

Después de sufrir vejaciones con el cabestro de mi exmarido, como supondrán, no voy a permitir que me monte un individuo que parece primo hermano del primero.

En fin, dicho esto, solo me queda pedirles disculpas por mis largas ausencias. Lo cierto es que he tenido problemas con ese Sr. Todolocasco, el sargento de la Guardia Civil del pueblo. Verán ustedes, en una de sus visitas para aclarar el asunto del supuesto ataque a Don Ulpiano, encontró en mi casa unas plantitas que me había regalado un mozo que me reparó la valla del huerto.

La verdad es que el muchacho me dejó la valla como nueva. Bueno la valla y lo que no era la valla. Tenía mucha soltura con los trabajos manuales. Ni se imaginan como trabajaba con las manos, ¡que destreza¡. El caso es que daba gusto observarle y verlo sudar. Tanto gusto que me empezaron a dar unos sofocos que no le pasaron inadvertidos. Reconozco con cierto pudor que el muchacho era excesivamente joven pero, ¿cuantas veces te pone el señor un premio así en el camino?, pocas, muy pocas, y a mi edad una no se puede permitir según que lujos. Y, ¿para que negarlo?, él no dejaba de mirarme las tetas que, aunque una ya tiene cierta edad, aún conserva unas ubres tersas y turgentes, capaces de "izar" el "mástil" de cualquiera solo con mirarlas.

El caso es que yo me ofrecí a ayudarle con la dichosa valla, y entre sus sudores, mis apreturas y mis sofocos, el no pudo eludir lo que mis ojos le pedían a gritos. Allí mismo, sobre las lechugas y los calabacines me tumbó con una fuerza que, por un momento, creí sucumbir a un ciclón.

Aún me tiemblan las piernas cada vez que me acuerdo con que rapidez se arrancó aquella camiseta blanca, toda sudada, para dejar su torso desnudo. Eso era un cuerpo y no el de la Benemérita¡¡

Jamás pensé que un macho pudiese hacer alarde de semejante vigor. Porque entre mis piernas han hallado cobijo y calor muchos machos pero ninguno con la fuerza de semejante toro. Aquel morenazo, porque tenía el pelo negro y la mirada cetrina, me subio a los altares, y nunca mejor dicho. Yo no sabía si abandonarme al placer que sentía cada vez que empujaba su miembro dentro de mi cuerpo o seguir disfrutando del placer que me provocaba mirarle aquellos tremendos biceps. ¡Señores, que brazos¡¡¡. Parecía esculpido en piedra. Que poderío¡¡ Que fisionomía¡¡¡ Y yo todos aquellos años sufriendo a aquel cerdo seboso y peludo de uñas aguileñas.

Solo se que, en mitad de esa vorágine, yo perdí mi ropa. Quedé totalmente encuerada sobre la tierra húmeda, revolcándome con aquel pedazo jabato, destrozando todas las tomateras y aullando como una loba desquiciada. Tanto debí gritar que mis pobres cerdos se volvieron locos y comenzaron a chillar como alimañas. Lo curioso es que aquellos chillidos excitaron sobre manera al muchacho y, allí mismo, se dedicó a darme mordiscos en los pezones y en los carrillos del culo mientras imitaba el ruido de los gorrinos, porque hasta a cuatro patas me puso.

Y, miren ustedes, siempre odié que me pusiesen en esa posición porque me traía malos recuerdos. Nada más pensar en ello se me revolvía el estómago de recordar como el cabestro me ponía de semejante guisa en la cama, se desabrochaba los pantalones, dejandolos a la altura de las rodillas, y refocilaba contra mi trasero, mientras me decía, "disfruta perra, que va a ser rápido. Esto lo acabo yo en menos que canta un gallo". Y era cierto, el muy hijo de puta se corría en 5 minutos pero me dejaba el cuerpo destrozado y el alma encabronada por no poder negarme a sus bajos instintos. Porque ya saben ustedes que en aquellos tiempos la esposa jamás debía negarse a sus deberes conyugales, aunque a mi nadie me dijo que mis deberes debía cumplirlos con aquel barrigón, con el culo lleno de pelos y las uñas más negras que el carbón.

Lo cierto es que este joven me ha curado de aquel trauma y ahora no dejo de soñar que me ando a cuatro patas todo el día mientras el musculoso me posee por toda mi hacienda.

Terminamos exhaustos, revolcados en barro, yo con las rodillas desolladas, la entrepierna dolorida y afónica perdida, pero con un relajo en el cuerpo que no recordaba en años. Porque solo oir imitar a los gorrinos me produjo tal éxtasis comparable al que sienten ciertos curas cuando me follan.  Después de aquello él lió un cigarro que nos supo a gloria y que a mi me dejó una risa floja durante horas mientras miraba el estropicio de mi huerto, las lechugas espachurradas, las tomateras echadas a perder y los calabacines machacados. 

Me dejó como regalo las plantitas, esas que el Todolocasco se empeñó en requisarme. Obviamente no lo consiguió cuando vió como se me hinchaban las venas del cuello al amenazarle con rebanarle el pescuezo igual que hacen con los gorrinos en las matanzas. Y aquí ando, esperando a que el mozo se deje caer, a ver si me arregla una puerta que se ha descolgado y, de paso nos damos un homenaje. Mientras tanto, de vez en cuando, me fumo unos de esos cigarrillos y, oigan¡¡, que relajo que me entra¡¡

Y ahora me despido de ustedes. Desgraciadamente me toca ir de entierro. Mi excuñada, la hermana del cabestro ha fallecido y no puedo negarme a asistir a su sepelio. A la vuelta les cuento...Eso si, no pienso confesarme aunque el cura de la familia me lo pida. A ver como le digo que, no solo no he respetado la cuaresma de Semana Santa, sino que además me he puesto a chorizo y longaniza hasta las trancas. Y ya saben a que longaniza me refiero....

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DE GUSTOS Y DISGUSTOS

A lo largo de mi vida he sufrido todo tipo de tropiezos. He superado, no sin esfuerzo, dolor y vergüenza, humillaciones de todo tipo, pero, lo que menos me podía imaginar es que, a la vejez viruelas, era que me iba a encontrar con que un periodicucho de mierda me iba a difamar de semejante manera. Todo esto me parece demencial porque, bien saben ustedes, yo soy una mujer normal y corriente, sin afan de notoriedad y, desde luego, nada dada a salir en medios de comunicación o algo parecido. Dios me libre¡¡ No soy la Esteban ni la Obregon. Bastante tengo yo con mi cruz como para cargar con cruces ajenas.

Lo cierto es que dicho periodicucho  se ha dedicado a difamarme ligándome al cura ese de Toledo que se ha hecho famoso por ejercer de Gigoló. Bien saben ustedes que no le hago ascos a una sotana pero eso no quiere decir que refocile con cualquier mindundi que lleve alzacuellos. Este periodico tiende a confundir las churras con las merinas y eso no lo consiento.

Disfruto levantandome las faldas ante un cura, si señor, pero un cura como dios manda, no ante individuos como este. Miren ustedes, yo nada más ver la foto con la que se anunciaba este pobre infeliz no supe si reirme o echarme a llorar. ¿Acaso alguien puede creer que yo me iría con este tipejo? Cualquiera que me conozca y sepa de mis historias sabría que sería incapaz de permitir que me poseyera un individuo con el trasero lleno de pelos, como bien puede observarse en la foto. Bastante tuve con los pelos del cabestro como para refocilar con uno que me lo recordase cada vez que le palpara el culo.
Y que decir de esos calzoncillos. Que aunque yo sea ya una mujer madura tengo el gusto refinado y no consiento que alguien con semejantes gayumbos me tumbe ni en mesa ni en pajar cualquiera.
Lo que me asombra de toda esta historia es que el infeliz éste consiguiese clientela, ¡¡y que precios¡¡. Solo me queda pensar que hay mucha depravada con la mente muy perjudicada para consentir que le folle un individuo tan ridículo, que posa de esa guisa, metiendo tripa, y luciendo esos huevos colganderos. Porque, ¿alguien se ha fijado en sus partes pudendas? ¿Acaso no sienten ustedes el mismo repelús que siento yo al ver como le cuelgan los cherolicos?
Desde luego viendo esta imagen solo me queda pensar en como está la Iglesia. Entre curas deficientes como éste y esa panda de pederestas que ocultan entre sus miembros, solo me queda pensar que, verdaderamente, yo hago un bien superior a la iglesia, porque compartiendo mi cuerpo y  regalando placeres carnales evito que esos pobres descarriados anden restregando el miembro en donde no deben.
Estoy pensando seriamente ofrecer mis servicios al Papa, entiendanme, no para gozar con el Papa, que me da pánico con esos dientes, sino ofrecer mis servicios a la Iglesia y que el Papa disponga de mi cuerpo para que todos los miembros de la curia disfruten de mis carnes morenas y, así, hacer un bien a la humanidad, y librar a todos esos pobres niños, de todos estos pederastas.
Porque no puede ser sano pasarse la vida sin meter el churro en caliente. Y nada más caliente que lo que guardo entre mis piernas. Asi que, queda dicho, me ofrezco, como buena cristiana, para que todo aquel cura que lo necesite desahogue su fuego y calentura   entre mis carnes, arrullos y abrazos. Y lo hago de buena voluntad y sin pedir nada a cambio. Luego, cuando yo muera, pueden conservar mi cuerpo incorrupto, como una reliquía, incluso canonizarme, pues el bien que le voy a hacer a la Iglesia no es pecata minuta. Eso si, el cura de Toledo que se abstenga. Por ahí si que no paso.

Y dicho esto voy a seguir dando de comer a mis gorrinos. Prometo regresar en breve para seguir contando las peripecias de mi vida.

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DE PAREJAS Y UNIFORMADOS




Y como prometí, he vuelto para seguirles contando la historia que a medias dejé. Y andaba contandoles yo del hermano del cabestro y de mis andanzas y problemas en el Cuartel de la Guardia Civil, con quien prefiero no tener demasiados tratos a causa del mal recuerdo que guardo del cabrón de mi excuñado.


Porque el cabestro, como mandaban los cánones en toda familia católica, era el padre de familia aparentemente formal y putero en extremo, su hermano era el Guardia Civil y su hermana, lejos de meterse a monja, se dedicó a prodigar la palabra de dios y sus enseñanzas con su propio cuerpo. Más claro, que seguía a rajatabla aquello de "amaos los unos a los otros" y "sed generosos con el prójimo", "dad de beber al sediento" y cosas por el estilo. Huelga decir que ella, fiel devota del señor, daba de beber con sus propias ubres si era preciso, a todo aquel que se lo solicitaba.
Pero de mi cuñada hablaré otro día.


El caso es que mi cuñado consiguió hacerme sentir una gran animadversión hacía esos hombres unioformados de verde y es por ello que procuro no acercarme mucho. Es más, siempre me han atraído los uniformes pero estos solo despiertan en mi ganas de salir corriendo. Aún recuerdo la primera vez que vi al susodicho. El cabestro me lo presentó, enchido de orgullo. Aquello de tener en la familia a un "verde" daba prestigio y poder, sobre todo porque tenían manga ancha para hacer lo que sus santos cojones decían.
Recuerdo con asco a aquel palurdo de pelo en pecho. Con aquel mostacho, aquel barrigón sobresaliendo del pantalón y el cinturón y esos pelos en las orejas. Desde luego no podían negar que eran hermanos. Pero todo lo que tenía de tonto los cojones mi marido, lo tenía de hijoputismo el hermano.
Nada más quedarnos a solas me palpó las nalgas y, a modo de gracieta, que ni puñetera la gracia me hizo, me dijo que estaba a mi disposición y que todo "quedaba en familia". Que el bravo y el macho de la casa era él y que me lo demostraba en cuanto yo quisiese.

Al momento comprendí que más me valía estar lejos de aquel patán si no quería acabar de patas abiertas y violentada por el cuerpo con más "prestigio" de las fuerzas de seguridad del Estado. Sobre todo porque no dejaba de repetirme aquello de que su lema era "todo por la Patria" y me daba pavor pensar que el muy hijo de puta quisiera fornicarme amparándose en ese principio. Porque yo he podido amar mucho a mi patria pero no hasta el extremo de tener que permitir que dos cerdos de la misma familia me monten.
Lo que si me quedó claro es que "el honor es mi divisa" no era precisamente su lema. De sobra eran conocidas en el vecindario sus incursiones sorpresa a los prostíbulos más conocidos y a los no tanto. Entraba como Atila en los locales exigiendo las mejores botellas y las mejores putas obligándolas ha satisfacer sus más bajos instintos, mientras se pimplaba buenos whiskis para después marcharse sin pagar un solo duro por las consumiciones ni los deleites carnales.

 El muy cabrón les dejaba muy claro que eso era un servicio que le hacían a la patria. Cuantas atrocidades en nombre de la patria se han perpetrado en nuestro país.
Y pobre del que se quejase, que inmediatamente había redada y les cerraban el negocio dejando a las pobres putas a merced de cualquier desaprensivo y pasando frío por esas calles de dios.
Muchos de los que me leen pensarán que, al final, el cerdo éste recibió su merecido, pero lo cierto es que se jubiló con honores y, ahora jubilado, eso si, se aprovecha todo lo que puede de su antiguo puesto, para seguir bebiendo de gorra. Lo de las putas ahora ya lo tiene más difícil y ha de pagar sus servicios como todo buen cristiano. Aunque, sinceramente, no creo que tenga dinero suficiente para pagar tremenda penitencia porque compadezco a la pobre que tenga que hacerle una mamada. Este era de los que el agua cuanto más lejos mejor y la fama de sus ladillas era harto conocida en los prostíbulos y todos los cuarteles de la provincia.

Afortunadamente, ahora, hay otros sistemas para seleccionar a los integrandes de La Benemérita, incluso salen en la prensa, en portadas de revistas y las mujeres ocupan puestos de responsabilidad. Vamos, que ya era hora de que se modernizaran y abandonaran esa imagen de asalta cubles de carretera que tenían antaño. Por fin se han desprendido de esa pátina franquista que les rodeaba siempre y empiezan a ser lo que siempre debieron ser. Un cuerpo de seguridad para proteger al ciudadano, no arrasar con él.   De cualquier manera, a pesar de que estos chicos de ahora son de buena casta,  yo no puedo evitar sentir un repelús en la nuca cada vez que me cruzo con una pareja de los susodichos. Y es que aquel cuñado me dejó grabado para siempre ese miedo atávico a las parejas vestidas de verde y a ese gorro que siempre me ha parecido una máquina de escribir. Porque, entre ustedes y yo, ese cuerpo se habrá modernizado pero ¡manda cojones¡ con el uniforme.

Y aquí me despido hasta otra ocasión, si dios no lo remedia, en la que seguiré contándoles mis andanzas.

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