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DE SEPELIOS Y SECRETOS FAMILIARES

Pues ya regresé de mi entierro. Uy dios¡ del mío no¡ del de mi excuñada, dios la tenga en su gloria. Yo, que aunque ya no guardo relación con el cabestro ni su pútrida familia, siempre he sabido estar en mi sitio. Además, después de pasar estos años, me he dado cuenta de que, a esta cuñada, siempre la tuve simpatía. Al principio no la soportaba pero, con la distancia, me he dado cuenta de que tal vez solo fuese a causa de la envidia.
Y es que mi cuñada siempre fué muy puta. Bueno, cobrar no cobraba, pero le iban mucho los hombres y el alterne. En aquellos tiempos a las niñas de familia católica y recta no se las llamaba putas, se las llamaba "ligeras de cascos".

El caso es que tampoco se podía esperar nada diferente. Mi suegra, era una fiera corrupia, un mal bicho (así se esté pudriendo en el infierno), una beata arpía. Mi suegro un fascista recalcitrante y machista. Mi cuñado, el guardía civil, un putero, y el cabestro un pedazo gilipollas, tonto del culo, guarro y peludo. A ella solo le quedaban dos caminos: o monja o puta y, la verdad, ella era la más lúcida de la familia asi que la decisión fue sencilla.

Gustaba de llevar el pelo muy corto, igual  que las minifaldas, que hasta sus propios hermanos la palmeaban el culo y le decían barrabasadas tales  como "si no fuera por lo que es te ponía a cuatro patas"·
Yo me santiguaba más que nada por la impresión que me daba imaginarme aquella escena. Bastante sabía yo lo que era sufrir a aquel panzudo peludo sobre mi y escuchando aquellos estertores en mi oreja, mientras se aliviaba con gusto. Lo peor era preguntarme cosas tan depravadas como sí su hermana sería tan peluda como él.

Solo de imaginarme a ellos dos en semejante postura, revolcados como dos cerdos y con esa pelambrera, me producía una desazón y un sin vivir que no pude por menos que irme a confesar con el cura. De las pocas  veces que lo hecho, he de decirlo. Y menos que lo hice después, ya que el cura me gritó escandalizado y me recriminó tener una mente tan sucia, eso si, me hizo prometer que volvería en cuanto sucumbiese a pensamientos tan enfermizos y pecaminosos. Todo esto me lo dijo entre susurros y medio jadeante. Yo atribuí aquellos jipidos al malestar que le ocasioné al padre. Luego, con el tiempo y la experiencia, me di cuenta que aquel cura era un cerdo y lo único que quería era menearsela a costa de mis pensamientos oscuros.

No obstante, les saco de dudas. Mi cuñada tenía la piel bien tersa, blanquita y sin un solo pelo. Esto lo descubrí un día que la vi lucir un bikini de escándalo que casi le produce una embolia a su madre y a sus dos hermanos dos buenas erecciones, éstas sin el casi.
Lo cierto es que mi cuñada se benefició a todo aquello que llevaba pantalones. No le hacía ascos a nada y a mi me miraba con cara de lástima y me decía: tu vente conmigo que no has visto mundo. Y, claro, yo nunca me fuí con ella, cosa que lamenté mucho, la verdad.

No dejaba de repetir que su familia era una mierda y que deberían, por lo tanto, vivir rodeados de ella. Un buen día la sorprendí con un montón de medias de cristal rotas guardadas en un cajón. Y un par en las manos con algo dentro de ellas. Se asomó a la ventana y las lanzó contra el tendido eléctrico que unía su casa con el bloque de enfrente. Así, día tras día. Aquello era todo un misterio pero yo no me atreví a preguntar. Días después un olor nauseabundo a mierda inundó la casa y cuanto más abrías las ventanas más a mierda olía. Mi suegra, que siempre tenía un gesto como si tuviese un pedo debajo de la nariz, aquellos días parecía que le hubiesen cagado en la misma cara. Mientras tanto mi cuñada no dejaba de reirse a carcajada limpia. Finalmente consiguieron agarrar una de las medias, que ya se contaban por decenas, y la abrieron para ver que coño era aquello que olía tan mal. Mi cuñado, el de la benemérita, que tenía complejo de Colombo, llegó a la deducción de que los chavales se habían dedicado a colgar pájaros muertos.  Finalmente, cuando abrieron aquella media, lo que se encontraron fue un pedazo zurullo de mierda tan gorda como mi brazo.

Después de aquel día supe que mi cuñada era más de los mios que de los suyos. Había tenido la santa paciencia de ir cagando dentro de cada media, hasta que consiguió rodearles de la misma a los suyos, como venganza por haber nacido en una familia a la que detestaba.
Finalmente se casó de blanco y preñada, cosa que casi mata del susto a la vieja, a toda prisa y a la fuerza, con un lerdo al que nunca soportó demasiado. Vivió años amargos durante su matrimonio para, finalmente, fugarse con un cubano con el que acabó sus días.
En el entierro todos intentaron tapar el asunto pero era la comidilla en los corrillos. La había palmado refocilando con el cubano, bastante más joven que ella, en una noche de pasión en la que, al parecer, no le había dado tregua, gritando de placer y despertando a todo el vecindario. Murió con la sonrisa en la cara y toda espatarrada. Lo cual no deja de ser poético porque era la posición que más le gustaba.

Yo me esperé a que todos se fueran, entre otras cosas, porque al cabestro se le ocurrió la feliz idea de proponerme yacer como marido y mujer para rememorar los viejos tiempos. Solo de pensarlo se me pusieron los pelos como escarpias, no sin antes decirle que no follaría con él ni aunque de ello dependiese mi vida. Solo pensar en su asqueroso cuerpo peludo me dan arcadas.

Una vez se fueron saqué una placa que había encargado, en la que ponía: ¡más vale jarta que farta¡. Yo se que mi cuñada lo entenderá y se estará descojonando de la risa allá donde haya llegado, donde a buen seguro no tendrá tiempo de ponerse una braga.

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DE CUARESMAS Y ATRACONES

Jamás he sido mujer de buscar notoriedad. Lo cierto es que, por mi educación católica y mi edad, mamé de esos principios que decían "en boca cerrada no entran moscas" y aprendí por ferrea mano que "la mujer calladita y con la cabeza gacha  está más guapa".

Precisamente ha sido ahora, a mis años, que me he líado la manta a la cabeza y he decidido hacer lo que me viene en gana y me piden mis carnes,  cuando empiezo a gozar de una popularidad que no merezco ni necesito.

La culpa la tiene ese periodicucho difamador que se empeña en inventarme idilios con el Sargento de la Guardía Civil de Boyullos o con Don Ulpiano, el párroco del pueblo. Lo último ya lo saben ustedes. Me acusaron de mantener relaciones con el cura ese de Toledo, ese que trabaja a tiempo parcial como gigoló.
Bien saben ustedes que no me avergüenza reconocer que refocilo muy gustosamente con integrantes del clero, pero a esos integrantes los escojo yo. ¡¡Faltaría más¡¡ Que una puede tener sus gustos y manías, pero con cierto criterio¡¡

Después de sufrir vejaciones con el cabestro de mi exmarido, como supondrán, no voy a permitir que me monte un individuo que parece primo hermano del primero.

En fin, dicho esto, solo me queda pedirles disculpas por mis largas ausencias. Lo cierto es que he tenido problemas con ese Sr. Todolocasco, el sargento de la Guardia Civil del pueblo. Verán ustedes, en una de sus visitas para aclarar el asunto del supuesto ataque a Don Ulpiano, encontró en mi casa unas plantitas que me había regalado un mozo que me reparó la valla del huerto.

La verdad es que el muchacho me dejó la valla como nueva. Bueno la valla y lo que no era la valla. Tenía mucha soltura con los trabajos manuales. Ni se imaginan como trabajaba con las manos, ¡que destreza¡. El caso es que daba gusto observarle y verlo sudar. Tanto gusto que me empezaron a dar unos sofocos que no le pasaron inadvertidos. Reconozco con cierto pudor que el muchacho era excesivamente joven pero, ¿cuantas veces te pone el señor un premio así en el camino?, pocas, muy pocas, y a mi edad una no se puede permitir según que lujos. Y, ¿para que negarlo?, él no dejaba de mirarme las tetas que, aunque una ya tiene cierta edad, aún conserva unas ubres tersas y turgentes, capaces de "izar" el "mástil" de cualquiera solo con mirarlas.

El caso es que yo me ofrecí a ayudarle con la dichosa valla, y entre sus sudores, mis apreturas y mis sofocos, el no pudo eludir lo que mis ojos le pedían a gritos. Allí mismo, sobre las lechugas y los calabacines me tumbó con una fuerza que, por un momento, creí sucumbir a un ciclón.

Aún me tiemblan las piernas cada vez que me acuerdo con que rapidez se arrancó aquella camiseta blanca, toda sudada, para dejar su torso desnudo. Eso era un cuerpo y no el de la Benemérita¡¡

Jamás pensé que un macho pudiese hacer alarde de semejante vigor. Porque entre mis piernas han hallado cobijo y calor muchos machos pero ninguno con la fuerza de semejante toro. Aquel morenazo, porque tenía el pelo negro y la mirada cetrina, me subio a los altares, y nunca mejor dicho. Yo no sabía si abandonarme al placer que sentía cada vez que empujaba su miembro dentro de mi cuerpo o seguir disfrutando del placer que me provocaba mirarle aquellos tremendos biceps. ¡Señores, que brazos¡¡¡. Parecía esculpido en piedra. Que poderío¡¡ Que fisionomía¡¡¡ Y yo todos aquellos años sufriendo a aquel cerdo seboso y peludo de uñas aguileñas.

Solo se que, en mitad de esa vorágine, yo perdí mi ropa. Quedé totalmente encuerada sobre la tierra húmeda, revolcándome con aquel pedazo jabato, destrozando todas las tomateras y aullando como una loba desquiciada. Tanto debí gritar que mis pobres cerdos se volvieron locos y comenzaron a chillar como alimañas. Lo curioso es que aquellos chillidos excitaron sobre manera al muchacho y, allí mismo, se dedicó a darme mordiscos en los pezones y en los carrillos del culo mientras imitaba el ruido de los gorrinos, porque hasta a cuatro patas me puso.

Y, miren ustedes, siempre odié que me pusiesen en esa posición porque me traía malos recuerdos. Nada más pensar en ello se me revolvía el estómago de recordar como el cabestro me ponía de semejante guisa en la cama, se desabrochaba los pantalones, dejandolos a la altura de las rodillas, y refocilaba contra mi trasero, mientras me decía, "disfruta perra, que va a ser rápido. Esto lo acabo yo en menos que canta un gallo". Y era cierto, el muy hijo de puta se corría en 5 minutos pero me dejaba el cuerpo destrozado y el alma encabronada por no poder negarme a sus bajos instintos. Porque ya saben ustedes que en aquellos tiempos la esposa jamás debía negarse a sus deberes conyugales, aunque a mi nadie me dijo que mis deberes debía cumplirlos con aquel barrigón, con el culo lleno de pelos y las uñas más negras que el carbón.

Lo cierto es que este joven me ha curado de aquel trauma y ahora no dejo de soñar que me ando a cuatro patas todo el día mientras el musculoso me posee por toda mi hacienda.

Terminamos exhaustos, revolcados en barro, yo con las rodillas desolladas, la entrepierna dolorida y afónica perdida, pero con un relajo en el cuerpo que no recordaba en años. Porque solo oir imitar a los gorrinos me produjo tal éxtasis comparable al que sienten ciertos curas cuando me follan.  Después de aquello él lió un cigarro que nos supo a gloria y que a mi me dejó una risa floja durante horas mientras miraba el estropicio de mi huerto, las lechugas espachurradas, las tomateras echadas a perder y los calabacines machacados. 

Me dejó como regalo las plantitas, esas que el Todolocasco se empeñó en requisarme. Obviamente no lo consiguió cuando vió como se me hinchaban las venas del cuello al amenazarle con rebanarle el pescuezo igual que hacen con los gorrinos en las matanzas. Y aquí ando, esperando a que el mozo se deje caer, a ver si me arregla una puerta que se ha descolgado y, de paso nos damos un homenaje. Mientras tanto, de vez en cuando, me fumo unos de esos cigarrillos y, oigan¡¡, que relajo que me entra¡¡

Y ahora me despido de ustedes. Desgraciadamente me toca ir de entierro. Mi excuñada, la hermana del cabestro ha fallecido y no puedo negarme a asistir a su sepelio. A la vuelta les cuento...Eso si, no pienso confesarme aunque el cura de la familia me lo pida. A ver como le digo que, no solo no he respetado la cuaresma de Semana Santa, sino que además me he puesto a chorizo y longaniza hasta las trancas. Y ya saben a que longaniza me refiero....

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