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DE CERDOS... Y CERDOS...


Pues no he ganado los 3000 euros pero no me puedo quejar. Al menos nueve personas pensaron que me merecía unas buenas vacaciones, aunque de haber ganado con gusto habría donado el premio para salvar a QUININ, ese puerco sin par al que el desalmado de su dueño pretende sacrificar si antes no consigue el rescate de 12.000 euros que pide por su cabeza porcina. De buena gana le cedo un rincón en mi pocilga, junto a mis puercos, con heno fresco donde reposar sus hermosas y tocinas carnes si al final consiguen salvarlo de tamaña infamia.

Tentada estoy de ir al párroco de mi pueblo a pedirle que interceda por el marrano, que casi parece humano, no lo olvidemos. Ya sabemos que los párrocos están en continuo contacto asi que bien podría el mío pedirle ayuda al del pueblo de Quinín para que amenazase con excomulgar al dueño o con la condenación a las llamas eternas del infierno si no libera a Quinín de su sentencia de muerte. Que yo ya se que a todo cerdo le llega su San Martín pero ya podía, por una puta vez, hacer el milagro el dichoso santo de los cojones.

Si es preciso, no solo rezaré los avemarías y los rosarios que el pater me mande sino que, además si es preciso, prometo hacerlo mientras le practico felaciones hasta que se me pele el cielo del paladar o la piel de las rodillas. Todo sea por salvar a un marrano inocente.

Ya veis la ironía del asunto: chuparsela a un marrano para salvar a otro. Desde luego, como decía la perra de mi exsuegra: los caminos de dios son misteriosos e inexcrutables. Y como decía mi vecina: todo en esta vida tiene un precio.
Además no sería la primera vez que la Iglesia intercede por un puerco. Tengo entendido que lo hace desde tiempos inmemoriales. Y si no que no que se lo preguntan a Monseñor Rouco que de interceder por marranos sabe un rato. Miedo me daría tener que levantarle el manto papal a Don Benedicto que a saber la de cochinos que ampara bajo el mismo. Pero de esto mejor os puede hablar mi amigo Amalio Repeinez. Os recomiendo que paseis por su casa. Es una enciclopedia abierta para conocer a fondo los entresijos de tan enorme "obra" divina.


El caso es que tendré que postergar mi viaje al Caribe. Me temo que tendré que ir a Benidorm. No es que me disguste pero no me trae recuerdos demasiado gratos. La última vez que estuve allí fue con la Bestia Parda de mi ex y esos cinco hijos de puta que tengo por hijos. Fue aquel año en el que el cabestro se empeñó en destrozarnos el culo y las hemorroides con aquel papel de lija con el que nos limpiábamos el trasero.

Finalmente ahorramos el dinero pero aquellas vacaciones no dejaban de recordarme que habían sido sufragadas con el dolor de unas almorranas inflamadas y regueros de sangre. Veía Benidorm en los carteles y yo, instintivamente, contraía el culo para evitar cagar. Hasta que punto resulté traumatizada que, si alguien me mienta el dichoso pueblo, siento que me clavan alfileres en el mismo agujero del culo.
El caso es que aquellas vacaciones, vistas desde hoy, me recuerdan a las españoladas de Alfredo Landa, porque estos lerdos se comportaban como verdaderos gañanes. Como unos palurdos, claro que cada uno lo que es.

La verdad sea dicha, yo también estaba sorprendida pero procuraba disimular para no parecer una taruga de pueblo y es que llegamos y aquello era otro mundo.

Había muchas extranjeras y todas medio desnudas. Bueno, comparado con ahora, eran bastante recatadas, pero aquellos bikinis eran escandalosos para una mujer católica como yo y un riesgo enorme para la tensión alterial de mi descerebrada progenie y el cabrón de su padre.
El cabestro se pasaba el día babeando, con los ojos fuera de las órbitas y, por un momento, creí que le iba a dar un siroco al no saber para donde mirar de tanta jaca rubia como paseaba por la playa.
El bajar cada mañana se convirtió en un suplicio. Cargados con la sombrilla, los cubos, la nevera con los bocadillos, las alpargatas, hasta unas aletas para bucear y un tubo rarísimo teníamos que llevar y, una vez avistaban la arena, me cargaban con todos los trastos y salían corriendo a situarse en el mejor lugar para sus "avistamientos" como decían los muy asquerosos.
Aquel espectáculo era vomitivo pero, al menos, me dejaban durante un tiempo disfrutar de mis baños de sol.
Yo no dejaba de preguntarme para que querían mis vástagos aquel tubito tan raro. Se ponían aquellos pies de goma y se metían el tubo en la boca para luego zambullirse en el mar. El cabestro no dejaba de gritarles con gesto airado y su cara se tornaba de un rojo chillón y yo no acertaba a comprender el porqué. Creía que sentía envídia de que mi descendencia pudiese adentrarse en el mar, ya que el mamón de mi esposo no había aprendido a nadar, pero no era exactamente por ese motivo. Lo comprendí cuando una rubia despampanante le plantó un hostión como dios manda y sin consagrar en toda la jeta al mayor de mis hijos.
Los muy hijoputas utilizaban el tubo para sumergirse en la playa y, mientras uno le bajaba el bikini a la sueca de turno, el otro se ponía las botas contemplándole el fafarique a la susodicha.
Lo cierto es que el cabestro era todo un espectáculo. Se metía en el mar hasta donde le cubría por la rodilla y luego se iba sentando poco a poco en el agua, moviendo los brazos, simulando que era un nadador experto, cuando en realidad parecía un león marino embarrancado en la arena.
El y su enorme barriga peluda eran la atracción de feria de cada mañana y yo no podía por menos que sentirme avergonzada. Me pasaba la mañana bajo mi sombrero de paja mientras rezaba con absoluta devoción al mismísimo dios rogándole para que aquel asqueroso peludo se ahogase en aquella pequeña balsa de agua en la que chapoteaba como un cerdo revolcado en lodo....
continuará...

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